"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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LOS ENVIADOS DEL REY

LOS ENVIADOS DEL REY © Jordi Sierra i Fabra 2003 Una vez hubo un pequeño reino formado por 12 provincias. Cada provincia la presidía un gobernador, y todos rendían cuentas al rey,que vivía en un gran palacio de cristal. Una vez al año, el rey, el Gran Brujo y los 12 gobernadores, asistían al ceremonial de la Ofrenda Sagrada a los dioses. Este ceremonial consistía en subir a la cumbre del Volcán Rojo y allí ofrecer en sacrificio a una joven adolescente para que los dioses fueran magnánimos los 12 meses siguientes. Cada año, en las semanas previas a la designación de la joven, los 12 gobernadores y el Gran Brujo comenzaban a recibir regalos y dádivas de las familias más ricas del reino. El objeto de tales prebendas era que ellos no escogieran a sus hijas, a pesar de que se suponía que ser la elegida representaba un gran honor. Así pues, cada año la elegida solía ser una campesina, una muchacha humilde, que era arrancada de su casa para el sacrificio. Los 12 gobernadores y el Gran Brujo eran cada vez más ricos. Un día el rey murió y tomó el poder su hijo mayor, un joven culto e inteligente, formado en la sabiduría de los libros. Su primer acto público consistió, precisamente, en el ceremonial de la Ofrenda Sagrada. Aquella mañana ascendieron a Volcán Rojo él, los 12 gobernadores, el Gran Brujo y la corte en pleno para asistir el sacrificio ritual. La elegida para el mismo era la hija de unos pastores, que lloraba y se debatía espantada ante la inminencia de su muerte. Todo estaba preparado, en la cumbre del volcán, con el cráter abierto a sus pies, cuando el rey alzó la mano de la joven y dijo: —Esperad. Cada año arrojamos a una doncella al volcán, pero en verdad no sabemos si los dioses están contentos, si quieren más sacrificios o algo distinto. Así que este año saldremos de dudas. Antes de echar a nuestra elegida, enviaremos al Gran Brujo para que pregunte a nuestros dioses su parecer. Y ante el estupor de los presentes, el rey empujó al Gran Brujo al volcán. Todos se quedaron muy quietos y callados. Al rato, rompiendo el silencio, y dado que el Gran Brujo no regresaba para manifestarles lo dicho por los dioses, el rey dijo: —Habrá que estar seguros y ayudar al Gran Brujo, que a lo peor no puede o no sabe cómo regresar, perdido en el paraíso de nuestros dioses. Esta vez enviáremos a más mensajeros para la tarea. Y ordenó que los 12 gobernadores fueran enviados al cráter. Los sorprendidos personajes trataron de resistirse, pero la palabra del rey era la ley. Los mismos aldeanos, gozosos ante lo que estaba sucediendo, ayudaron a los soldados a empujarlos al fondo del volcán, sin hacer caso de sus lágrimas y súplicas. Por raro que fuese, no parecían nada contentos con la muy noble misión encomendada por su monarca. —No sé por qué lloráis —proclamó el rey—. Vais a ver a los dioses que tan generosamente habéis adorado y servido tantos años, y a preguntarles si están felices de nuestro proceder. Los 12 hombres acabaron en el fondo del Volcán Rojo. De nuevo se hizo el silencio. Tras mucho rato de espera, el rey anunció: —No vuelven, así que para estar seguros, vamos a aguardar un año sus noticias. Volvieron al reino, y desde entonces no hubo más sacrificios, hubo paz y concordia, e incluso el rey halló la felicidad en la nueva y justa armonía de aquellos años, pues se casó con la doncella a la que había salvado de la muerte, harto de la crueldad, la avaricia y el egoísmo de sus 12 gobernadores y el Gran Brujo.

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